La receta, que parecía sencilla, tomaba dos días en hacer, ya que las tres capas de merengues que la conformaban no cabían en el pequeño horno Haceb de la cocina familiar en la casa de la calle 106. Por eso, debían hornearse las dos primeras capaz, y dos horas después, la tercera; luego, se preparaba la ganache de chocolate, con chocolate semiamargo Italo de 8 onz, y crema de leche fresca de Arflina, que había que comprar el mismo día y casi por encargo especial. Por último, debían ensamblarse las tres capas de merengue, intercalándolas con el chocolate y la crema batida, llevar el postre armado con sumo cuidado y recomendarle a la clienta, servirlo a lo sumo un par de horas más tarde, para que no se aplastara.
Hoy, con la variedad de ingredientes y servicios que encontramos en cualquier parte de la ciudad, y la facilidad y rapidez con las que conseguimos todo, que a veces toma solo oprimir una tecla del celular, suena una tarea muy fácil. Pero hace 40 años era toda una faena: Había que encargar y recoger los ingredientes, planear, preparar, transportar… y sumarle a esta ecuación una fábrica de muebles, tres hijos en edad escolar, un marido publicista, cortes de luz diarios, cierre de importaciones y hasta un perro.
Así fueron los inicios de nuestra marca, donde desde la casa y como familia, todos pusimos nuestro granito de azúcar para ayudar a construir lo que hoy es un ícono de la pastelería a nivel nacional, y, por qué no, mundial.